domingo, 24 de mayo de 2009

Dialéctica del polvo en Tierra Adentro # 157


La revista Tierra Adentro, en su número correspondiente a los meses de abril-mayo del 2009, publicó mi texto Dialéctica del polvo como parte de una sección dedicada a conmemorar los 120 años del natalicio de Alfonso Reyes. La revistas se vende en las librerías de Conaculta y también en los Sanborns y en los Vips. Hagan paro y échenle un ojo.

martes, 5 de mayo de 2009

Partitura de la destrucción (fragmentos)


Si se borrara, si desapareciera… como se borra y desaparece
la noche con el alba, cuando levanta los dedos del teclado esférico
en que ha ejecutado, no a cuatro manos, sino a millones de manos,
otro movimiento del eterno desaparecer.

Miguel Ángel Asturias


Fue algo maravilloso, como una imprevista erupción de palomitas de maíz o el estallido de un sinfín de fuegos de artificio, o globos liberados que explotaban al llegar a la atmósfera. Incendios, incendios por todas partes, sonoros, instantáneos, condensados; en cada continente, en las urbes, en las regiones del hielo, sobre las estepas, contra el irreprochable azul de las aguas. Devoraban y devoraban kilómetros pero a cierta distancia, digamos desde la luna, se veían apenas como cigarros encendidos, y desaparecían igual que luciérnagas en la noche. ¿Ha de existir necesariamente una razón para el desastre? ¿No puede justificarse un cataclismo por el simple divertimento, por la música encantadora?
  Ciertamente el fin no tenía porqué seguir una estructura, tener una clave y un compás, pero… quizá los tuvo. Probablemente fueron indiscernibles a ras de piso: de ahí tanto gemir y lamentarse. Al cabo, los fuegos menudearon, la lluvia se secó. El preludio había durado un par de semanas. Había sido el primer movimiento.

Pero una noche, el torbellino no desaparece. Y a la tarde siguiente hay dos columnas ondulantes bajo el cielo desvaído, cautivas como un par de enamorados. La oscuridad no puede o no quiere arrebatarlas. Para el nuevo crepúsculo, un trío de tolvaneras se alza contra la luna. Y vuelve a fallar la sombra, y con el alba, y así, finalmente, durante el último atardecer, una legión de remolinos danza en la llanura; muchos solos, otros en conjunto, algunas espirales son como mujeres embelesadas por una música dulzona. El ritmo que rige la maravilla es inasequible, pero aquellas personas acostumbradas a mirar a la distancia pueden intuirlo. Cada cual se sume en sus propios, deliciosos pensamientos. Embaucados por el lento vaivén frente a sus ojos, no se dan cuenta, acaso alguno un segundo antes del impacto, de la oleada de viento caliente que se precipita hacia ellos por la carretera. Veloz e inevitable, tan rápida que al imaginarla uno lo hace en cámara lenta, al aproximarse al pueblo se va abriendo como los dedos de una soprano cuando alcanza la nota más alta. Barre con los cuerpos que encuentra y deja intactas las casas y el asfalto. Pero no importa, porque el último gesto de los desvanecidos fue uno de profunda satisfacción. Las calles vuelven a quedar vacías, más limpias que antes.

Piensa en un scherzo, en una tonada chispeante. No todo tiene porque ser dramático en esta recapitulación. Piensa en los últimos ejércitos, diezmados por la música, que aprovechan un silencio para lanzarse a la conquista de los últimos recursos. Felices, concientes de la trascendencia de su deber, entusiasmados como un cultivo de bacterias que escapa a sus creadores, bajan de los países boreales a los países australes, libres del peso de las patrañas políticas, justificados ahora sí por el purísimo axioma de la subsistencia. Piensa en los pueblos del sur, que reciben a los invasores de buen grado, como a quien va por fin a quebrar sus cadenas. Piensa en una fiesta, en copas y sonrisas, en los invitados que gastan a sus anfitriones bromas y bromas ingeniosas. Y éstos, vista la intención, se dispersan, huyen, se alejan riendo, topándose unos con otros, escapando, como en un juego de carnaval, del hombre vestido de diablo o de borrico o del charro con la reata desenrollada. Pero piensa, porque siempre los mayores bromistas reciben al final la mejor chanza, que este movimiento ha de ser simétrico. Y que cuando los soldados creen haber asegurado lo que pugnaban por alcanzar, como a los judíos las tropas de Ramsés, el nuevo tema irrumpe con una carcajada de metales, trompetas y clarines y platillos. Y suenan los compases de la epidemia, la fuga de los caballos del cólera, de la disentería, del paludismo, de la malaria, de la fiebre amarilla, de la tifoidea, de la peste, del ántrax, del hantha, del ébola; de todas las especies domésticas que siempre han ocupado el sur y que luego recorren, en sentido inverso al de las botas militares, entre marchas de triunfo, los continentes. Imagina un payaso que despide a la concurrencia, pródigo en sonrisas para los niños, mientras moja a los incautos con la margarita de su ojal. Piensa en la cantidad de aplausos que hay en una ovación atronadora: así de entretenido fue.

Imagina, por último, un rondó. El balanceo de las embarcaciones que huyen a cualquier parte. Los pasos cautelosos de los supervivientes que se internan en sitios inhóspitos, con la esperanza de encontrar allí la salvación. Pero cunde el baile. El planeta entero se ha unido a la danza. Harapos y mortajas acompañan a la brisa. Una pareja de gatos cabriolea entre los escombros de París. La sombra de una mezquita se sacude bajo la noche de Anatolia. Se rompen lazos, compromisos, promesas y hasta las leyes naturales. Ya todo es posible. Dos tigres se entrelazan en el aire sobre China. Las secoyas gigantes de Yosemite se contonean dando retumbos.
  Y así, en esta última danza, en este postrer Rondó alla Turca, también los elementos, haciendo acopio de sus últimas fuerzas, se ponen a bailar. ¡Aquelarre de relámpagos sobre Chichén Itzá, océanos que envuelven a las playas con su gozo, huracanes en un charleston sobre la pista de Europa! Baile mundial que deviene estelar, obvia correspondencia entre los cardúmenes y las estrellas, la luna que da un pasito para adelante, el sol que gira sobre su eje. Último tango antes del más profundo de los silencios.
Luego, porque todo ha de acabarse, poco a poco, el salón va quedando vacío. Países enteros han caído ya en el sueño, un sueño necesario y verdaderamente reparador. Marte bosteza junto a Venus ensimismada. Un ebrio sucumbe en algún sitio, dulcemente. Una niña se ha dormido, una madre, dos ancianos…
Cuando sólo quedan los fuertes, los pocos que resistieron, los que obligaron a los músicos a seguir tocando, hasta que el tempo de la partitura se oyó ensordecido; entre ellos, para ellos, finalmente, una melodía atenuada comienza a sonar. Enseguida se dan cuenta. Se trata de un amanecer distinto. El postrer acorde se sostiene, baña de luz los rincones. En el resto del globo los danzantes quedaron donde cayeron: sólo el tiempo, el tiempo incansable, un día los despertará. Piensa en las oportunidades, en las posibilidades, tanto para los individuos como para la civilización. En ese momento estamos ahora.