martes, 16 de febrero de 2010

Piedra de sacrificios

Subí al templo mayor vestido como un gran tecuhtli. Vi al pueblo congregado, los teocalli, las chinampas y las calzadas; contemplé las nubes juntándose alrededor de los volcanes como las garzas sobre Tizatlán. Me despojaron del atuendo y me dieron un macuáhuitl sin obsidianas.
Se disputaron el derecho de pelear conmigo. Herí o maté a los más audaces; uno por uno caían sobre la piedra con los ojos desencajados y los cráneos rotos, sin importar cuán noble era su vestimenta. Cayeron tantos que tuvieron que venir en grupos de cuatro, pero su derrota no bastaba a Camaxtli. Me han dado un momento de respiro; deliberan.
Deben ser los dioses quienes me otorgan esta claridad. Muy pocas veces me detuve a pensar en los motivos y las consecuencias de mis actos; una vez,antes de entrar en batalla contra los huejotzincas, más recientemente, tras el saqueo a las ciudades tarascas. Pero nunca como hoy, atado a un poste bajo el sol ávido. Aun así, no me arrepiento de nada. He vivido como un guerrero desde mi primera noche en el Telpuchcalli, velando el fuego de los dioses, hasta hoy, mi postrer día aquí en Tenochtitlan. Mi linaje se conservará no sólo entre mis bravos otomíes y los arrojados tlaxcaltecas, sino también entre los mexicas. Sólo me resta cargar con estos huesos hasta el reino de Mictlantecuhtli.
Susurran y me observan. He rehúsado su clemencia. La quieta servidumbre sería deshonrosa, la activa marcha al frente de su ejército constituiría una traición a los señoríos irreductibles. Vienen pues, se acercan, ocho últimos combatientes. Bailo con ellos, mis hermanos enemigos, brincamos como las chispas en medio de los ocotes, jugamos como lo hacíamos Axayacatzin y yo en la arena de Tepectípac. Es poca la sangre que he ofrendado, pero mis ojos se llenan de sudor y el cansancio está cebándose en mi cuerpo.
He resistido firme hasta comprender el designio que se me brinda. Soy el jaguar, soy la serpiente, soy el águila. Me ocultaré entre las hojas del maguey y las espinas del nopal. Y cuando el cielo se desgrane en pálidas turquesas, regresaré con el viento del oeste.